sábado, 8 de noviembre de 2008

Los Pelícanos de Chorrillos

Chorrillos es un distrito peruano, pegado a Lima. Es rara la organización política de la capital peruana. En vez de haber barrios, hay distritos. Cada uno de ellos es independiente del otro y ofrece distintos atractivos y posibilidades, conforme a la estructura social que lo conforma. Caminé una mañana por Chorrillos, que es un distrito que recorre parte de la costa del pacífico, buscando un pequeño puerto de pescadores que me habían recomendado. Llegué en taxi, previa negociación de la tarifa, pues en Perú se arregla antes de viajar, dependiendo mucho de la voluntad del chofer y de la portación de cara del pasajero.

El puerto consistía en un pequeño mercado de pescados variados, donde los humildes pescadores liquidaban sus resultados con las redes. Los lenguados eran la estrella, pero podían apreciarse cangrejos, berberechos, bagres de mar, peces sapo, y otros tantos que no recuerdo. Había también algunos restaurantes donde degusté auténtico ceviche peruano que, excepto por un incendiario ají llamado rocoto, me resultó excepcional. Además de lo pintoresco del lugar, un hecho me llamó la atención. Los vendedores de pescado no desechaban las partes de pescado que extraían al limpiar, sino que las vendían a los turistas para que alimenten a un gran número de pelícanos ávidos de deleite.

El espectáculo era llamativo. Las aves se alborotaban, subiéndose unas sobre otras para tratar de primerear los tarascones. Las personas amagaban tirar el alimento y las cabezas se balanceaban al ritmo del bocado. Disfrutaban observando el actuar de los pelícanos, sobre todo cuando los engañaban, simulando el lanzamiento. Gestaban sonrisas sarcásticas, experimentando una especie de poder relativo que duraba unos segundos. Como el César lanzando panes a la muchedumbre romana. Tuve en ese momento una pequeña visión.

Los seres vivos, desde su concepción, desarrollan mecanismos que les permiten sobrevivir y desarrollar su vida. El mecanismo de succión de un mamífero hace que pueda alimentarse de su madre y no morir de hambre. Una planta, crece en altura para captar el sol y a su vez lo hace en profundidad para afianzarse y absorber agua; a mayor sequía mayor profundidad. Al crecer, un pelícano, al igual que un cormorán, gaviota, cóndor, etc. aprende técnicas de pesca o caza, con el claro objetivo de subsistir. ¿Qué ocurría con estos pájaros marinos que conocí en Chorrillos? Los humanos le suministraban alimento y no tenían necesidad de procurarlo por su cuenta. ¿Qué pasaría si un día dejaran de alimentarlos? Depende. Los viejos pelícanos tal vez cazaron alguna vez y vuelvan a intentarlo, con posibles fracasos como resultado, pues se desacostumbraron o perdieron su agilidad. Los jóvenes, que nacieron bajo el sistema de beneficencia, no tendrían chances, pues ignoran el proceso de conseguir pescado por sus propios medios. Comenzarían a hurgar entre los restos de los restaurantes, les robarían algunas piezas a los vendedores del mercado, pelearían entre ellos por los botines conseguidos. Las personas los verían con malos ojos y adoptarían sistemas de defensa, serían perseguidos, por su puesto, hablando a escala. Reprocharían conductas que ellas mismas contribuyeron a desarrollar.

Pues, es inevitable comparar con lo que nos pasa a los seres humanos…

lunes, 1 de septiembre de 2008

El perfecto infeliz

Técnicamente, ser mediocre significa ser del medio, ni malo ni bueno. Si fuera futbolista sería como jugar para un seis todos los partidos, los cronistas dirían que cumplió. Ni muy bueno ni muy malo. Probablemente no gozaría de gloria pero tendría un tranquilo pasar en un equipo de media tabla, cada tanto un fanático le pediría un autógrafo y él, tímido por la falta de costumbre, accedería con una pequeña sonrisa avergonzada.
Mi amigo odiaba eso. Se esforzaba para estar a la altura de los mejores. Sentía que ser uno más restaba sentido a la existencia. Entonces debía tratar de sobresalir en cualquier situación, decir algo interesante, hacer una crítica difícil de ser percatada, adelantarse a acontecimientos o conductas en demostración de perspicacia y cosas por el estilo.
Podía argumentar irrefutablemente cualquier posición, aunque la misma espante a los receptores. Esta característica fascinaba a quien recién lo conocía, pero a la vez hartaba a quien habitualmente compartía espacios y tiempo con él. El mejunje de cinismo, egolatría, narcisismo, despotismo y chauvinismo era muy difícil de digerir para terceros. Él lo sabía y le provocaba una gran angustia, mas a pesar del gran esfuerzo que hacía para al menos morigerar su actitud, constantemente recaía en su alquitranosa visión.
Una vez hablé con él y traté de entender qué provocaba este accionar. Entre otras cosas me dijo que la felicidad es para los inconcientes, categoría en la cual no se incluía. Repetía que para lograr llegar a un estado parecido al feliz, las personas deben cumplir con tres amores fundamentales: amar el lugar donde viven, a la persona con quien comparten su vida y el trabajo o profesión que tienen. Su estanque le quedó chico y emigró a una ciudad con la cual no sentía ninguna conexión. Sus relaciones fracasaban, una tras otra; era un coleccionista de ex novias. Su trabajo… digamos que no colmaba sus anhelos vocacionales.
Cómo decía, traté de entenderlo y me di cuenta de que al estudiar a una persona, solemos cometer el error de basar el análisis en nuestra forma de ser y pensar, por lo cual, si alguien es muy distinto a nosotros, podemos caer en la incomprensión. Lo que sigue a la incomprensión, muchas veces, es la intolerancia.
En consecuencia, al analizarlo desde su propia cabeza, me di cuenta de que era alguien sensible, insatisfecho, con mucho miedo al fracaso, con deseos de estar donde quisiera estar, con quien quisiera estar y haciendo lo que le gustaría hacer. Fue como ver salir de una enorme armadura de acero a un pequeño y debilucho ser. Me generó ternura y un poco de tristeza a la vez.
Cada tanto nos vemos y charlamos de algunas cosas, negocios, fútbol y mujeres sobre todo. Lo mismo que debatimos casi todos los hombres.

lunes, 25 de agosto de 2008

Ciclos


Amarillos, verdes, tostados, así se observan los soleados paisajes pampeanos en épocas otoñales e invernales. Año tras año el ciclo natural se cumple con relativa exactitud, abstraído en su realidad vegetal, sin comprensión de los debates, esperanzas y miserias tejidas alrededor de sus ansiados frutos.

jueves, 31 de julio de 2008

Extremidades

El sentido de las cosas. Interrogante que desvela a pensadores, intriga a cuestionadores y desinteresa a gran parte de las masas. Él se encontraba en la etapa de las cuestiones. Algunos están tan entretenidos con asuntos de la superficie que jamás excavan, ni siquiera centímetros, en búsqueda de profundidad. Él necesitaba algo más, algo que lo sacuda, que lo motive, que le dé esperanzas, anhelos, alegrías, sufrimientos. En definitiva, algún chispazo que lo haga sentir vivo, pues no se sentía en ese estado. Tomó su decisión y jaqueó a todos al punto del mate. Cayeron el rey y la reina con un solo movimiento, claro que el sacrificio fue irreparable para todos, incluso para mí.

Dedicado a J.I.P. Ojalá que exista otra vida y encuentres en ella las respuestas.

lunes, 23 de junio de 2008

El consuelo

Los momentos felices vuelan, son efímeros, se transforman en recuerdos a los que se echa mano en situaciones de crisis, como si fueran sustancias psicotrópicas. En los momentos malos, en cambio, fortalecemos el carácter, la imaginación, el temple, la creatividad.
Así que en realidad, las crisis son bendiciones. Nos hacen evolucionar hacia una especie más fuerte, integente y desarrollada. Pues... preferiría ser débil

miércoles, 23 de abril de 2008

Déjà Vu ornitológico

Los pichones saltaban fuera de su cueva con actitud llena de vida. Al igual que todos los nuevos seres vivientes, su apariencia no resaltaba por la belleza. En este caso particular, la opinión general es que en todas las etapas del crecimiento son feitas. Hasta existe una fábula muy conocida acerca de una mamá que le hace un favor al rey de la selva a cambio de que no se coma sus pichones, manifestando que los reconocerá porque son los más hermosos de todo el bosque. El predador los encuentra un día y se los come, pues ignora que son los hijos de su salvadora. El resto de la fábula no viene al caso.
Seguramente, si yo hubiera sido ese predador, los pichones estarían sanos y salvos.
La primera vez que los ví debo haber tenido unos doce años. En realidad debe haber sido la primera vez que les presté atención, pues mi infancia inició en una chacra con abundante arboleda y muchas de las especies animales de la zona, que no son tantas.
Recuerdo que recorríamos los caminos de tierra con mis hermanas y mi papá, quien ya había visto a las simpáticas lechucitas unos días antes y nos indicó donde moraban. Nos dirigíamos a un campo a ayudar con la tarea de desmalezamiento del sembradío. Mi viejo, hábil en el manejo de la soldadura, entre otras tantas artes, nos había fabricado unas azadas acordes a nuestro tamaño y edad. Los niños de ahora desconocen de estos trabajos, el avance en las técnicas de producción facilitó mucho el laboreo y los hijos de los productores ocupan su tiempo en actividades “recreativas”.
No digo que a nosotros nos encantase hacerlo, es más, en ese momento hubiese preferido hacer cualquier cosa antes que ir a cortar chamico, pero no se me ocurrió oponerme. Hay que hacer lo que hay que hacer y hoy a la distancia puedo contar, casi orgullosamente, mis anécdotas en las distintas facetas del trabajo rural ante sorprendidos ojos citadinos que por sus circunstancias de vida o desinterés no diferencian un gorrión de un chingolo.
En esa época, no era tan frecuente encontrar lechuzas; el poder destructivo de los agroquímicos hacía difícil la supervivencia de las especies animales menos fuertes. En los campos se podían ver acrobáticas liebres, algunas perdices y cada tanto algún ermitaño zorro al acecho de alguna presa desprevenida. Por eso, el hallazgo de las pequeñas rapaces era toda una novedad y ansiábamos llegar al punto donde la familia se encontraba. No tenían la imponencia de un águila cabeza calva, ni la estirpe de un halcón peregrino, pero los superaban ampliamente en simpatía y en la mística que su mirada atenta transmitía. Además, se hablaba mucho en TV de una enfermedad campestre, la fiebre hemorrágica argentina. En la campaña oficial se resaltaba la importancia que estas aves tenían para erradicarla, pues se alimentaban de las ratas que transmitían el virus. Esto también hacía que las viéramos como una amigable especie que nos ayudaba en nuestra salud.
Cuando terminamos el trabajo, terminó también el avistaje de los pichones. ¿Qué destino habrán tenido? ¿Habrán sobrevivido? ¿Se los comió el zorro acechador? ¿Murieron intoxicados? ¿Crecieron y se reproducieron? Vaya uno a saber. Lo cierto es que cada tanto recuerdo la imagen de ellos saltando al lado de su cuevita y me gusta la sensación que produce, de hecho tengo una pequeña colección de lechuzas de cerámica, piedra, madera, etc. que atiendo cuidadosamente; tal vez por rememoranzas de aquellos años felices que el inevitable transcurso temporal se encargó de alejar, o tal vez simplemente porque me atrae tan noble animal. Un poco de cada uno…