lunes, 1 de septiembre de 2008

El perfecto infeliz

Técnicamente, ser mediocre significa ser del medio, ni malo ni bueno. Si fuera futbolista sería como jugar para un seis todos los partidos, los cronistas dirían que cumplió. Ni muy bueno ni muy malo. Probablemente no gozaría de gloria pero tendría un tranquilo pasar en un equipo de media tabla, cada tanto un fanático le pediría un autógrafo y él, tímido por la falta de costumbre, accedería con una pequeña sonrisa avergonzada.
Mi amigo odiaba eso. Se esforzaba para estar a la altura de los mejores. Sentía que ser uno más restaba sentido a la existencia. Entonces debía tratar de sobresalir en cualquier situación, decir algo interesante, hacer una crítica difícil de ser percatada, adelantarse a acontecimientos o conductas en demostración de perspicacia y cosas por el estilo.
Podía argumentar irrefutablemente cualquier posición, aunque la misma espante a los receptores. Esta característica fascinaba a quien recién lo conocía, pero a la vez hartaba a quien habitualmente compartía espacios y tiempo con él. El mejunje de cinismo, egolatría, narcisismo, despotismo y chauvinismo era muy difícil de digerir para terceros. Él lo sabía y le provocaba una gran angustia, mas a pesar del gran esfuerzo que hacía para al menos morigerar su actitud, constantemente recaía en su alquitranosa visión.
Una vez hablé con él y traté de entender qué provocaba este accionar. Entre otras cosas me dijo que la felicidad es para los inconcientes, categoría en la cual no se incluía. Repetía que para lograr llegar a un estado parecido al feliz, las personas deben cumplir con tres amores fundamentales: amar el lugar donde viven, a la persona con quien comparten su vida y el trabajo o profesión que tienen. Su estanque le quedó chico y emigró a una ciudad con la cual no sentía ninguna conexión. Sus relaciones fracasaban, una tras otra; era un coleccionista de ex novias. Su trabajo… digamos que no colmaba sus anhelos vocacionales.
Cómo decía, traté de entenderlo y me di cuenta de que al estudiar a una persona, solemos cometer el error de basar el análisis en nuestra forma de ser y pensar, por lo cual, si alguien es muy distinto a nosotros, podemos caer en la incomprensión. Lo que sigue a la incomprensión, muchas veces, es la intolerancia.
En consecuencia, al analizarlo desde su propia cabeza, me di cuenta de que era alguien sensible, insatisfecho, con mucho miedo al fracaso, con deseos de estar donde quisiera estar, con quien quisiera estar y haciendo lo que le gustaría hacer. Fue como ver salir de una enorme armadura de acero a un pequeño y debilucho ser. Me generó ternura y un poco de tristeza a la vez.
Cada tanto nos vemos y charlamos de algunas cosas, negocios, fútbol y mujeres sobre todo. Lo mismo que debatimos casi todos los hombres.

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