miércoles, 14 de febrero de 2007

Reflexiones campestres

La inmensidad de la madre naturaleza decididamente había escogido aquel lugar para desarrollarse en su máxima expresión, al menos esa fue la sensación tuve al adentrarme entre los añejos eucaliptos del bosquecillo. ¿Que destructivo puede llegar a ser el ser humano a veces, pero a su vez cuanta majestuosidad pueden tener sus creaciones cuando se inspira...?
Mucho me habían hablado de aquel lugar, pero al estar allí entendí realmente la fascinación que sentían quienes incorporaron a su rutina vivir, crecer y envejecer en esas tierras.
Araucarias centenarias, olivos pigmentados de un intenso gris verdoso, parras que a duras penas sostenían cargados racimos de frambua, lungas palmeras que hacían las veces de moradas a los cientos de pájaros que inteligentemente las seleccionaban como su hogar y tantas otras especies vegetales, las cuales me llevaría innumerables líneas describir.
“¿Crees que puedes distinguir un verde campo de un frío riel de acero?” preguntaba Roger Waters en un perfectamente claro inglés mientras la paz invadía mi alma.
Tuve en ese momento una visión; una especie de camino hacia la primitiva esencia de todo ser humano, que si bien el tiempo fue mutando, se manifestaba en mí con mayor frecuencia e intensidad. Esa esencia no es otra cosa que la búsqueda de la armonía con el medio preexistente, en una relación de mutuo respeto y concesiones reciprocas, donde tomamos de ella que nos da desinteresadamente y a cambio nosotros le ofrecemos nuestros respetos.
Antiguos pobladores de la región, en épocas en las que nadie sabía con certeza las consecuencias de los actos destructivos y la devastación de áreas naturales era concebida como una evidencia de progreso, tuvieron otras visiones. Imaginaron grandes campos regados de animales para consumo, con plantaciones de pasturas y cereales enemigos de la fauna y flora local. La cumplieron y heredaron a los siguientes sus obras y artes. Hace décadas que empezamos a entender que por ese camino la prosperidad es una especie en extinción. Tal vez las generaciones presentes han conseguido aumentos en su capital, pero el precio será el sacrificio de las futuras, lo opuesto a lo actualmente conocido como “desarrollo sustentable”.
Hace ya cientos de años que comprendemos que la principal característica del ser humano, y que le permitió sobresalir del resto de los seres vivos, es su razonamiento y la aplicación del mismo al servicio de la modificación del entorno que lo rodea. Así, mientras el resto de los seres vivos se adapta al medio ambiente, nosotros lo adaptamos a nuestras necesidades, llevándolo a una situación crítica y casi extintiva. Claro que la madre naturaleza está comenzando a tomarse revancha, en forma de catástrofes climáticas, que a pesar de lo extremas, parecen no hacernos escarmentar.
Al mirar un par de lechuzas acechando algún desprevenido roedor noctámbulo con pocas chances de ver el siguiente amanecer me preguntaba si esos pájaros serán inteligentes. ¿Podemos afirmar que no lo son? Entonces me acordé de algo que dijo un gran profesor cuando se refería a esto. Él decía: “¿Quién puede asegurar que un sapo no es inteligente? A lo mejor es tan inteligente, que decide ignorarnos.”
Es que los seres humanos nos subimos a nuestro ego y podemos tirarnos al precipicio. Nos creemos omnipotentes y omnipresentes, sin embargo, si ocurriera una catástrofe nuclear, muchos científicos afirman que las únicas sobrevivientes serían las cucarachas. Un despreciable y asqueroso insecto tendría más chances que nosotros y quien sabe, tal vez con el mundo a su disposición logren transformarse en una evolucionada y poderosa especie de cucarachas supersónicas.
Será momento entonces de repensar los motivos de nuestra existencia y los objetivos que como especie tenemos, así tal vez entendamos el rol que nos tocó en la historia que estamos escribiendo. Una historia que no comenzamos y espero que no finalicemos, pero que estamos continuando y en la cual podemos tomar caminos distintos que nos conducirán a finales distintos, algunos felices, algunos destructivos, otros intrascendentes.
Anochece, los grillos comienzan su inspirado soneto y alguien avisa que empieza a prender el fuego para el asado, finaliza mi momento reflexivo y vuelvo a disfrutar de los placeres que me proveen aquellas actividades que a veces cuestiono. Será que los seres humanos somos todos distintos, pero en esencia nos parecemos.
Éxitos.

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