sábado, 17 de marzo de 2007

Cuento Nº 4

EL ACORAZADO

“No es la primera vez que me encuentro tan cerca de conocer la locura”. Eran las palabras que sonaban en su radio, interpretadas por una banda española que hasta el momento no había escuchado. Podría haber sido sólo una canción más, pero la letra lo hizo comprender su real situación emocional en ese momento.
Efectivamente, no era la primera vez que tenía esa sensación de falta de dominio de sus actos, pero en esta, el intervalo se manifestaba con mayor intensidad e importantes deseos de exteriorizarse. Caminaba de punta a punta los escasos metros del ambiente, pretendiendo en cada vuelta descubrir una prueba, un indicio, aunque sea una mínima esperanza de que todas sus angustiantes circunstancias pudieran, al menos, tomar un giro indicativo del bienestar.
Se detuvo un momento a pensar. Hacía unas horas que no lo hacía y ya estaba necesitando de ese hermoso momento reflexivo que lo conectaba con su alma y le permitía elevar su espíritu a una instancia superior, desde donde observaba con claridad los despejados caminos de su actualidad, a veces opacados por oscuros nubarrones que atentaban contra el placido instante.
Voluntariamente se sumergía en forzadas depresiones que si bien no le causaban felicidad, lo hacían sentir vivo internamente, pues pensaba que lo importante, sobre todas las cosas, era tener sentimientos que produzcan emociones, y ante las pocas chances de que sean alegres, cedía paso a las tristezas. Tal vez, sin saberlo, lo que en realidad tenía eran tendencias masoquistas mezcladas con otras autodestructivas, pues disfrutaba de sentirse mal e incluso actuaba alimentando su malestar.
Estas situaciones las capitalizaba en conclusiones. Sus balances comenzaban retrotrayéndose varios años, con minuciosa atención a decisiones claves que habían, en mayor o menor medida, determinado el siguiente paso, que a su vez seria condición de los sucesivos. Lo medio lleno o medio vacío de su vaso dependía en cierta forma de su actual ánimo, el cual, como suele ocurrir en situaciones como esta, se presentaba debajo del limite hacia el positivo.
Así las cosas, su tiempo ocioso se ocupaba en esta actividad, que al común denominador le puede parecer infructuoso, pero que a él le inyectaba su dosis periódica de intelectualidad, y esto en un ser mucho más cerebral que visceral, es una imperiosa necesidad que se compara con la ingesta diaria de alimento. Alimento para su mente, así podría definirse.
Muchas veces lidiaba con sus características, quería ser más “normal”. Anhelaba disfrutar de las cosas que la gente a su alrededor disfrutaba. A veces lo lograba, otras veces fracasaba en sus intentos, porque lo intentaba. Tal vez tendría que buscar nuevas estrategias que produjeran en él algún efecto desconcientizador. Ése era el secreto del éxito, perder la conciencia o al menos minimizarla hasta los requisitos indispensables, como dice una canción que muchas veces escuchaba: “La clave del éxito es mantenernos dormidos…”, claro que para eso no hay que sufrir de insomnio.
El momento reflexivo culminó abruptamente por un insistente sonido proveniente del teléfono. La voz en él anunciaba planes para la noche, que incluían reunión de amigos y posterior salida. Acordó los términos y comenzó los preparativos para la velada, con la renovada esperanza de que esta vez iba a poder gozar de las cosas que todo el mundo hace, si así no ocurriera, al menos intentaría un practicado truco mimetizador con el entorno, tal como lo había aprendido de su larga experiencia observando los modos de supervivencia de otras especies animales y vegetales.

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